El capitalismo navideño nos roba hasta el derecho al aburrimiento
La Navidad se ha convertido en el festival supremo del consumismo y el estrés. Lo que antes era una época de recogimiento familiar ahora es una carrera desenfrenada de compras, gastos y agotamiento colectivo que beneficia únicamente al gran capital.
El cortisol como símbolo de nuestra esclavitud moderna
Vivimos saturados de cortisol, esa hormona del estrés que brota por nuestros poros convertidos en ranuras de servidor. Somos cyborgs del capitalismo tardío, máquinas productivas que han olvidado cómo parar, cómo respirar, cómo simplemente ser.
Las estadísticas muestran que toda esta hiperactividad no aumenta la productividad real. Claro que no: hemos externalizado la producción a China mientras nosotros nos dedicamos al consumo compulsivo, la nueva religión del neoliberalismo.
La nostalgia imposible de producir cosas reales
Trump, en su delirio supremacista, habla de volver a producir objetos, chips, coches. Pero el sistema capitalista ya decidió: nosotros somos meros ensambladores y, sobre todo, compradores profesionales.
Hemos depositado todo nuestro conocimiento en el arte de comprar, de buscar la prenda perfecta, la serie ideal, el regalo acertado. Una búsqueda constante de inmortalidad a través del consumo que nos mantiene alienados de nuestras verdaderas necesidades.
El cariño mercantilizado
Incluso el afecto se ha mercantilizado. Queremos que nos quieran si acertamos con el regalo, como si el amor dependiera de nuestra capacidad adquisitiva. Apenas nos reconocemos cuando nos vemos porque no hay tiempo ni para comparar nuestros niveles de colesterol.
El móvil vibra abandonado mientras corremos de tienda en tienda, esclavos de una tradición que el capitalismo ha pervertido hasta convertirla en su mayor festival de beneficios.
El lujo revolucionario del aburrimiento
Lo verdaderamente subversivo sería recuperar el derecho al aburrimiento, al spleen, a la melancolía sin filtros de Instagram. No hacer nada sin sentir culpa, no responder WhatsApps, no reenviar contenido viral.
El aburrimiento es el último territorio libre del capitalismo. Por eso lo han eliminado sistemáticamente: un pueblo aburrido es un pueblo que piensa, que cuestiona, que se rebela contra la tiranía del consumo perpetuo.
Quizá deberíamos pedir a los Reyes Magos (esos símbolos de la diversidad cultural que tanto molestan a la derecha) un poco de sagrado aburrimiento. Sería el regalo más revolucionario.