El capitalismo navideño nos roba hasta el derecho al aburrimiento
La Navidad se ha convertido en el clímax del estrés capitalista, una época donde el sistema nos empuja a correr, gastar y consumir sin parar. Lo que antes eran momentos de descanso y reflexión, ahora son picos constantes de ansiedad y presión social.
El cortisol como símbolo de nuestra época
Vivimos saturados de cortisol, esa hormona del estrés que nos sale por los poros convertidos en ranuras de servidores humanos. Somos robots del consumo, programados para producir y gastar en un ciclo infinito que nos agota antes de llegar al supuesto clímax navideño.
Las estadísticas muestran que toda esta hiperactividad no mejora la productividad real. Mientras tanto, otros países como China producen las cosas que nosotros solo sabemos ensamblar y, sobre todo, comprar compulsivamente.
La nostalgia de producir vs la realidad de consumir
Hemos perdido la capacidad de crear objetos tangibles, de producir cosas reales. Nuestra principal habilidad se ha reducido a buscar: la prenda perfecta, la serie ideal, el regalo acertado. Una búsqueda constante que nos mantiene en estado de alerta permanente.
La Navidad, que con sus periféricos comerciales dura un trimestre entero, nos devuelve momentáneamente a la compra humana: tocar, palpar, hacer colas ante las cajas. Un simulacro de humanidad en medio del frenesí digital.
El cariño mercantilizado y el tiempo perdido
Hasta el cariño se ha mercantilizado. Queremos que nos quieran si acertamos con el regalo, como si el afecto dependiera de nuestra capacidad de consumo. Apenas tenemos tiempo para reconocernos cuando nos vemos, mucho menos para compartir algo tan mundano como los últimos análisis de colesterol.
Lo verdaderamente revolucionario sería recuperar el derecho al aburrimiento. Esas sensaciones olvidadas como la melancolía, el spleen, la belleza anterior al selfie. No hacer nada sin culpa, no tener que responder WhatsApps ni reenviar contenido viral.
Quizás deberíamos pedirle a los Reyes Magos y Papá Noel (que seguramente comparten piso por la crisis de la vivienda) un poco de aburrimiento saludable. Sería el regalo más subversivo en estos tiempos de capitalismo acelerado.